Números extravagantes como el #91 de Dennis Rodman (los Bulls tenían retirado el número 10 de Bob Love, y como todos sabemos 9+1 =10) o el #37 de Ron Artest (el homenaje a las semanas que el Thriller de Michael Jackson fue el disco más vendido) ya han pasado a la historia de las finales de la NBA. El caso que nos ocupa ni mucho menos tiene la misma notoriedad, pero creo que merece la pena rescatar la anécdota.
Tras una larga carrera a caballo entre los Warriors y la ABA en la que siempre había llevado el #24, su único número desde sus tiempos de jugador de instituto en New Jersey, en junio de 1978 Rick Barry firmó por los Houston Rockets, equipo con el que jugaría sus dos últimas temporadas como profesional. Allí se encontró con un Moses Malone que en su dilatada trayectoria acabaría llevando 8 números distintos, pero que en aquel momento no estaba por la labor de cederle el #24.
"Pensé que Moses Malone era demasiado grande para pedirle que cambiáramos los números" -Rick Barry-Barry optó por tomar una decisión salomónica para no separarse de su querido número. Llevaría el #2 cuando jugase en Houston, y el #4 jugando fuera de casa. Un caso inédito en la NBA (al menos que yo sepa) que no he visto que esté prohibido con las reglas actuales, aunque si nos remontamos unas cuantas décadas atrás, en el baloncesto universitario era habitual que para facilitar la labora arbitral los equipos locales jugasen con números pares y los visitantes con impares.
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